20 de septiembre de 2010

PÍLDORAS DE "LLENAD LA TIERRA". 1.




"Sin que el hombre sea del todo consciente, el bebé le va, a medida que crece, robando los afectos. El olor a pan de la piel del pequeño, el ejercicio diario de egoísmo (eso que los románticos llaman satisfacción) que le supone mirarse en las pupilas de su hijo y verse proyectado hacia la eternidad, los parloteos alegres, la contemplación del niño dormido, enroscado en su cuna como una presencia celestial, el calor humano, casi febril, que despide su cuerpo con el despertar reciente, el primer beso, ese roce torpe, sonoro, tierno y salivoso en la mejilla, los pasos titubeantes, el día insospechado en que al niño se le llena la boca con la palabra papá. En un lapso más o menos corto de tiempo, en el hombre se ha producido una revolución que ninguna ideología, moral, saber filosófico ni sentido del deber puede. Ha dejado de ser él para ser su hijo y él, ellos. El hombre acumula la energía de una vida doble, la suya y la de su hijo, que lo alimenta y lo consume a partes iguales. Es dos: la esperanza de dos, el temor de dos, pero ha tardado en dividirse o en multiplicarse (según se mire) más de un año. Y en ese momento, cuando ya había caído en el olvido el sueño, otro vuelve a sobresaltarle.

De "Papá, mírame" (Llenad la Tierra). Próximamente en las librerías.

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